Un conjunto de sorprendentes desarrollos políticos involucran a Uruguay en los últimos meses. Si bien se viene preparando todo desde antes, 2023 viene siendo el año en que Uruguay se integra con mayor decisión, desde el gobierno, a diversas iniciativas de la “Agenda 2030” de Naciones Unidas en lo que hace a “cambio climático”.
El actual gobierno ha tomado una serie de iniciativas que podrían -si se comenzasen a tomar iniciativas al estilo de las que ha tomado Holanda con sus agricultores y granjeros- tener un impacto devastador en las principales áreas productivas del Uruguay -no solo históricamente, sino actualmente-, como son su ganadería y agricultura.
Por tanto, es de esperar que tales acuerdos y rumbos de acción estén
muy bien pensados, muy bien fundados, y que no respondan a otra cosa que
a políticas sensatas. De ninguna manera la ideología o la conveniencia
de corporaciones globales podría condicionar semejante conjunto de
políticas, ¿no es cierto?
Sin embargo, todas estas políticas, por
lo que se lee en los documentos oficiales firmados por el gobierno,
comienzan invocando un factor decisivo como su fundamento: el “climate change” debido a las emisiones humanas de ‘efecto invernadero’.
En efecto, el “cambio climático” es el fundamento aparentemente único, fundamental y decisivo, por el cual Uruguay debería comenzar a transformar su economía, su cultura, y su modo de vida. También deberá, en su momento, suponemos mirando lo que se anuncia en otras latitudes, abandonar la carne natural y sustituirla por insectos o preparados químicos, carne hecha en laboratorios -25 veces peor para el medio ambiente que la carne natural, según ha mostrado un estudio reciente.
Todo esto se basa, según explicó la Ministra de Economía del Uruguay, Azucena Arbeleche, en un reciente panel en Bruselas, en lo siguiente: el mundo -declara Arbeleche repitiendo la liturgia que dicta el globalismo por todos sus medios de gobierno y comunicación- está enfrentando “tres desafíos superpuestos que socavan los bienes públicos globales: la salvaguarda de la paz y la seguridad alimentaria; la salud pública; y, en tercer lugar, la integridad ambiental.”
De los creadores de la “pandemia”, y de la guerra en Ucrania y sus
sanciones, éstas últimas causantes reales de los supuestos problemas de
alimentación del futuro próximo en Europa y otras regiones del mundo,
llega ahora la “emergencia climática”. “Emergencia” que aun no mató a
nadie -todos los años desde hace millones mueren miles de calor, frío,
inundaciones, ciclones, terremotos, etc: eso no es nada nuevo, ni la
cantidad ha aumentado un ápice (como lo demuestra esta revisión de 52 estudios relevantes)-.
Es más, como lo indica el estudio de referencia de Bjorn Lomborg: “Si
tomamos estas muertes por catástrofe y las dividimos en muertes que
podrían verse afectadas por el clima (es decir, catástrofes
meteorológicas que podrían verse afectadas por el cambio climático) y
muertes no afectadas por el clima, y tomamos las medias de las muertes a
lo largo de las décadas (dada la gran variación interanual), obtenemos
los gráficos que se muestran en la Figura siguiente”:
Como se ve, los riesgos vinculados al clima, al “cambio
climático” (inundaciones, sequías, tormentas, incendios, temperaturas
extremas), están en su menor nivel histórico absoluto.
Igual, Arbeleche cree -contra toda la evidencia, pero a favor de la
línea hegemónica hoy en Occidente- que “la
emergencia climática global que estamos encarando, en
particular, demanda acción inmediata y soluciones de largo plazo“. Y agrega que no hay lugar para soluciones incrementales: “la
verdad es que necesitamos un cambio transformador. Las economías
desarrolladas y las economías en desarrollo necesitan escalar sus
esfuerzos y tomar una acción contundente para reducir las emisiones de
gases de efecto invernadero y preservar el capital natural”.
He ahí la lógica actual de
nuestros principales gobernantes. Vale la pena, pues, examinar en
detalle lo que están haciendo.
1 ¿Cambio climático? ¿Emergencia?
El problema, para empezar -y es un problema importante- es que el “cambio climático” como consecuencia de la actividad humana no existe.
En efecto, y pese a que es el dogma central de toda la política oficial global en Occidente y más allá de él, aquí puede verse con todo detalle un documentado resumen de diez páginas con todas las predicciones falsas hechas por la ideología del “cambio climático antropogénico”. La misma que sigue pretendiendo que la política global se base en esas falsedades. Ninguna de las previsiones que se han hecho desde los años 80 sobre crecimiento de la temperatura a nivel global se ha cumplido, ni han subido los mares y arrasado las costas como se había anunciado, ni se han extinguido los osos polares -sino que proliferan más que nunca-. Nada de aquello con lo que criminales internacionales como John Kerry han amenazado, ha pasado en los plazos en que lo anunciaron.
Tampoco hay ninguna conexión entre la variación de temperatura y la actividad humana, que desde el punto de vista climático a nivel global es insignificante. Más aun, dentro de determinados márgenes modestos, la oscilación cíclica de temperaturas es un fenómeno totalmente natural y bien conocido, vinculado a extensos ciclos de actividad solar. Es decir, los “cambios climáticos” naturales y constantes claro que existen, son un fenómeno de largo plazo, y prácticamente nada que haga el hombre en la tierra lo afecta. La humanidad ha sobrevivido a todos esos cambios durante millones de años, y lo ha hecho con un porcentaje ínfimo del poder tecnológico que hoy tiene.
Lejos de haber un “calentamiento” global, como insisten en repetir figuras internacionales del tipo del jefe de OMS Adhanom Gebreyesus, la curva de temperatura comienza a disminuir -de acuerdo a lo previsto si se siguen cumpliendo tales ciclos solares- justamente en este comienzo de década, y seguirá disminuyendo al menos hasta mediados de este siglo XXI.
Tal enfriamiento global podría sí provocar cierta escasez de alimentos -como dramáticamente lo hizo en otras instancias bien documentadas, como por ejemplo por buena parte del siglo xvii (ver Parker, Geoffrey. Global Crisis: War, Climate Change, & Catastrophe in the Seventeenth Century. Yale University Press), al reducirse las áreas cultivables, y disminuir las cosechas en las zonas aun cultivables
Esto es: nada de lo que podría venir tiene que ver con la emisión
humana de metano, ni de CO2, un gas imprescindible para la vida vegetal
en la tierra, como todo el mundo sabe pero parece haber olvidado, debido
a la demonización a que se lo somete por una propaganda 24/7.
En ese contexto, y bajo ese supuesto incomprensible para quien no esté hipnotizado con los
disparates que emite el anticientífico y completamente político
Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) (Panel
Intergubernamental Sobre Cambio Climático) de Naciones Unidas, las
medidas a las que ahora está adhiriendo el gobierno uruguayo son
difíciles de comprender si su justificación fuera realmente el clima. El
IPCC ha sido denunciado hasta el cansancio por ser un organismo de
propaganda sin ninguna conexión conocida con la ciencia. Sus
predicciones nunca se han cumplido. Cambia sus metas, su terminología y
sus umbrales de medida a cada rato.
Entonces, ¿cómo interpretar lo que está haciendo el gobierno uruguayo, en la medida en que uno pretenda mantener la cordura, y seguir creyendo que los gobernantes electos basan sus decisiones en elementos racionales?
Este análisis intentará seguir algunas de las posibles hipótesis por
las cuales Uruguay podría estar procediendo a pegarse, como dicen, un
tiro en el pie. Las consecuencias de semejantes acciones pueden ser
gravísimas para el futuro del país y su población. Es preciso, pues,
intentar entender qué puede estar llevando a las caras más visibles de
la política nacional por este camino.
2 La alternativa fundamental
Anticipemos la disyuntiva fundamental en juego. Esta se abre en dos posibilidades, en principio excluyentes entre sí.
(1) El cambio climático provocado por la actividad humana existe,
y por tanto se justifica tomar toda clase de medidas, incluyendo las de
desmantelamiento de la propia economía y transformación de un modelo
productivo basado sustancialmente en la creación de alimentos naturales,
que es histórica y socialmente el de Uruguay, hacia otro basado en la
producción de nuevas energías, y a los concomitantes negocios que
involucrarán a una cantidad de empresas que pretenden combatir el
‘Cambio Climático’. Uruguay pasará en este caso de producir carne y
vegetales de alto nivel, a producir eFuels basándose en sus
reservas de agua y en nuevas opciones de monocultivo. Además, procederá a
desmantelar o achicar su principal industria, por razones ideológicas.
(2) El cambio climático provocado por la actividad humana no existe,
y por tanto las medidas y cambios mencionados en el parágrafo anterior
son, en realidad, promovidas por dos factores combinados:
– por un lado, por la presión económica
de nuevas empresas y corporaciones que proponen tecnologías,
supuestamente de punta, para apropiarse de dinero en base a su
hipotética contribución a la ‘lucha contra el Cambio Climático’. Esto lo
lograrán, por ejemplo, cobrando bonos por el “secuestro de carbono”; u
obteniendo generosos préstamos a cambio de obras que, hipotéticamente y
en plazos de 10, 20 y 30 años, ayudarían a ir hacia el absurdo,
innecesario e inalcanzable objetivo de “netZero” publicitariamente
promocionado por el globalismo occidental
– por otro, por la presión política
de los actores fundamentales del globalismo occidental: la Unión
Europea, el gobierno en Washington y sus soportes en el Estado Profundo
norteamericano, las grandes burocracias internacionales (Naciones Unidas
y sus satélites), las finanzas globales controladas por Occidente
(Banco Mundial, FMI, etc.) y los ideólogos y propagandistas, desde el
alicaído Foro de Davos a los grandes medios y -este factor es
importante- las empresas y compañías privadas de todo tamaño que, en
Occidente, han comprendido o han sido convencidas de que deben repetir
el discurso oficial sobre “cambio climático” con el fin de seguir siendo
aceptadas en el mundo laboral y obtener algunas ventajas financieras y
comerciales por hacerlo -los organismos financiadores, crecientemente,
están incorporando a sus criterios de concesión de préstamos y a su
retórica general toda la parafernalia globalista occidental.
Hay un tercer factor, posible, aunque nada claro: puede que las
autoridades competentes a nivel planetario sepan a ciencia cierta que la
dependencia de combustibles fósiles es insostenible en un plazo
históricamente breve. Hay indicios de ello.
Si esto fuese así, no se
entiende por qué no se plantea esto abiertamente a la gente, sumándola
de un modo consciente a una tarea de cambios en el consumo y los hábitos
de organización que en ese caso sería imprescindible. Pero esto no ha
sido anunciado de esta manera, de modo que un cambio forzoso hacia
energías alternativas -al que no parece que nadie, salvo la industria
petrolera, tenga por qué oponerse- se sustenta en una mentira ecuménica
como el manido “cambio climático antropogénico” que, en lugar de
facilitar las cosas, las complica a otro nivel.
***
3 – El esquemón ideológico que se vende en los grandes medios
Empecemos por el final pues, para despejar ese lado, quizá el más
absurdo, pero importante por el modo como viste la política ante una
ciudadanía cada vez más desinformada por los grandes medios.
En
los últimos dos años se ha consolidado un nuevo eje de disputa a nivel
global. Es el que alinea a los partidarios de la unipolaridad contra los
partidarios de la multipolaridad. Esto es un hecho sobre el que el
análisis internacional y geopolítico mundial está de acuerdo.
El Presidente Lacalle, de Uruguay, cree sin embargo que hablar de
“multipolaridad” es “de izquierda”, y como él se considera “de derecha”,
suponemos, logró eliminar esa palabra de una declaración del Mercosur
de fines de mayo, lo que fue celebrado y destacado por el diario pro-gubernamental El País como un triunfo.
Según esta lectura, en América Latina están los regímenes pro Venezuela
y Cuba (que serían aun una especie de satélites de la Unión Soviética,
pese a que la misma está extinta hace 30 años), como el de Lula y
Alberto Fernández, y los regímenes democráticos, de los que Uruguay se
considera un adalid, totalmente alineados con lo que sea que el Partido
DemócrataRepublicano dicte desde Washington.
Aunque, de hecho, la realpolik
del MRE uruguayo no cumple con esto a rajatabla, y al tiempo que rinde
pleitesía a la UE y a Washington, sigue negociando con China, con Rusia y
con todo el mundo, como si nada. Esta “incoherencia ideológica” del
gobierno uruguayo es uno de los únicos factores que aun dan cierta
esperanza de que estemos frente a un gigantesco bluff oficial
-hipótesis increíble, pero que no puede descartarse del todo, frente al
actual entrevero de la política exterior uruguaya.
En realidad, la “multipolaridad” no tiene nada de izquierda, ni de
derecha, dos términos basura que ya no designan nada real. La
multipolaridad es el término que designa el hecho de que, desde 1991,
como lo proclamase Fukuyama, parecía que la historia habría terminado y
las “democracias occidentales” quedaban sin rivales a la vista, y
Washington se erigía en el gobernante sin cortapisas del mundo entero
bajo el paraguas legitimador de las “instituciones globales” como las
Naciones Unidas y sus satélites, el Tribunal Penal Internacional, el
Banco Mundial, el FMI, la OMS, etc., así como mecanismos de control
financiero y fiscal como la OCDE o el sistema SWIFT.
Pero no. A ese
mundo le está sucediendo ahora un mundo muy diferente. China, Rusia, los
países árabes, y África, quieren moverse de modo independiente, se
están organizando, reconectando por fuera del orden mundial previo,
redefiniendo sus instrumentos financieros, sus acuerdos de comercio,
etc.
Aquel mundo de los ’90, con un solo polo de poder, simplemente está cambiando -un cambio que implica un colapso en parte para el orden anterior-. Y lo que estamos viendo parece ser una serie de medidas, políticas, e iniciativas, que tienen como finalidad fundamental salvar lo que aun sea posible para las elites que dirigen “Occidente”.
Entre ellas, se trata de proceder a un nuevo “reparto del mundo”
donde muchas cosas ya no serán como eran. Asia entera gravita
naturalmente hacia China, que con su crecimiento exponencial de los
últimos veinte años -provocado por la mudanza masiva de los medios de
producción industrial y tecnológica a Oriente, decididos por esta misma
elite occidental entre las décadas del 80 y 90- es el nuevo líder
económico y productivo incontestado de la tierra. Indonesia, India (ya
más poblado que China) y otros dan de modo natural prioridad a la esfera
productiva y comercial de Asia.
Por tanto, la movida de Occidente en Asia es triple.
Por un lado, busca preservar a Australia, Nueva Zelanda, países
“occidentales” en Oriente, como aliados cercanos. Segundo, busca dividir
en la medida de lo posible a naciones asiáticas respecto de China y
Rusia promoviendo iniciativas comerciales y bloques
ideológico-comerciales excluyentes. En este sentido sus esfuerzos van
sobre todo hacia India -quien conflictos históricos con China, y
conexiones de su elite con Occidente, podría ser candidato a mantener
una simpatía con Occidente mayor que la de los demás-. Finalmente,
intenta ejercer presión militar y amenazas directas sobre China, usando
el factor Taiwan como leit motiv.
En segundo lugar, Rusia se ha
transformado en un inmenso dolor de cabeza para Occidente. De ser un
aliado sumiso y lugar de extracción casi libre de recursos, dentro del
desastre humanitario que siguió al colapso de la URSS en los 90, pasó
bajo Putin a ser primero lentamente un país más distante -aun siendo un
aliado político y comercial durante los primeros años 2000-, y
finalmente un enemigo declarado. La guerra que Estados Unidos forzó a
ocurrir y prolongarse en Ucrania con el fin de “debilitar a Rusia” está
teniendo un gigantesco efecto cuádruple:
– por un lado, fortalece las posiciones norteamericanas en Europa, y polariza, obligando a países débiles del mundo, especialmente en las regiones bajo control natural de EEUU como América Latina, a declarar su sometimiento a las consignas ideológicas del globalismo de Washington-UE.
– por otro lado debilita a Europa, la desindustrializa -ver la catástrofe alemana, atendida por sus propios dueños- y la hace más dependiente aun de Estados Unidos. No solo de su complejo militar industrial, sino también de su energía.
– por otro, fortalece a Rusia y al mismo tiempo la ha empujado a pivotar hacia Oriente, fortaleciendo su moneda, debilitando el rol de las elites internas proOccidente en San Petersburgo y Moscú, expropiando oligarcas rusos en Occidente y forzándolos a volverse a Rusia e invertir allá, redefiniendo no solo el comercio ruso sino también la infraestructura (nuevos oleoductos y gasoductos, carreteras, desarrollos regionales, mayor avance de la iniciativa china Belt & Road y Ruta de la Seda, mayor avance de las conexiones con el Índico a través de Irán, etc), y estrechando la alianza Rusia-China.
– finalmente, procede a la destrucción completa de Ucrania, la que
pasará a ser un estado fallido y, probablemente, a perder no solo un
gran porcentaje de su población por emigración forzosa (eso ya ocurrió)
sino también gran parte de su territorio a manos de Rusia, Polonia y
otros.
En tercer lugar, Medio Oriente se está moviendo muy
rápidamente a una nueva configuración. Irán es un factor clave, pues al
salir algo de su aislamiento y profundizar vínculos estratégicos con
Rusia y con China a la vez, complica sustancialmente el control
norteamericano de los recursos en la región, que se había acentuado de
modo violento desde 2001 -o quizá desde 1991 con la “Guerra del Golfo”.
La tensa relación Irán – Israel con un Irán más respaldado, y el rol
potenciado de los shiitas luego de los desastres norteamericanos en
Irak, Afganistán y Siria, es un factor de complicación extra.
Además de ello, tenemos Arabia Saudita, cuyo romance mantenido a
dinero con Washington parece estar muy deteriorado, y que ha hecho
movimientos muy explícitos de acercamiento al BRICS y a la Organización
de Cooperación de Shanghai (OCS), es decir, a las alianzas donde mandan
China y Rusia. Especialmente escandaloso para el orden anterior es la
reciente reconexión diplomática y acercamiento entre Irán y Arabia
Saudita, enemigos jurados hasta hace meses.
Hoy forman parte de la
OCS la República Popular China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán,
Tayikistán y Uzbekistán, India, Pakistán e Irán. Observan Mongolia.
Serbia y Bielorrusia han solicitado ingreso, pero Rusia se opuso en
ambos casos aludiendo a que son naturalmente parte del mundo europeo.
El
tercer elemento decisivo dentro de Medio Oriente es Turquía, que
oscila, y alterna movimientos pro-UE con otros pro-Rusia, siendo factor
bisagra y clave en la región en guerra -tanto en Ucrania como en Siria.
Egipto, un país relevante poblacionalmente, también se ha movido hacia el BRICS. En general, muchos países árabes están procesando en diversos niveles de profundidad su acercamiento a ese “otro polo” -incluyendo al menos Libia, Marruecos, Argelia, Qatar, y los Emiratos.
África sigue avanzando en la remoción de poderes europeos en sus territorios -como Francia experimentó claramente el año pasado- y China y Rusia avanzan y tienen presencia en ese continente.
Finalmente, el factor monetario y de transacciones financieras es
clave. El sistema global de control de finanzas y transacciones bajo
control de los centros financieros occidentales, edificado a partir de
la Segunda posguerra, pierde legitimidad y alcance en la medida en que
se lo ha forzado a ser un arma política por parte de Estados Unidos,
involucrándolo en la imposición de sanciones a terceros. Esto viola un
principio fundamental que es el de la imparcialidad en las herramientas
financieras transnacionales, y las consecuencias ya están a la vista.
Mientras
que todos los países del mundo, en mayor o menor medida, exploran el
dinero digital de Banco Central como alternativa al dinero físico -lo
que aumenta el control potencial de la población por parte del estado,
al poner en manos del estado el dinero de cada ciudadano- el complicado
eje Beijing-Moscú (las relaciones modernas entre China y Rusia jamás han
sido demasiado simples) avanza en eliminar el dólar de las
transacciones comerciales, sustituye el sistema occidental de crédito
por uno propio, y crea -más o menos lentamente- alternativas al SWIFT.
Arabia Saudita ya vende su petróleo, en algunos casos incipientes, por
fuera del dólar, lo que representa una ruptura significativa respecto
del orden post-Nixon y post-Crisis del Petróleo de 1972.
En América Latina, el futuro ingreso de Argentina al BRICS -y su inminente ingreso al banco BRICS– se ha mencionado repetidamente, así como el de México.
Todos estos cambios que se van desplegando ahora en el pretendido
orden mundial unipolar con sede en Washington y Londres son,
insólitamente, interpretados y vendidos al público en los grandes
medios, una vez más, como un episodio de la lucha de los años 50 y 60
entre “la democracia” y “el comunismo”. Se presenta a Rusia, una
república constitucional dirigida por un cristiano ortodoxo
pro-capitalista y totalmente alejado del comunismo, como un régimen
autoritario poco menos que soviético, confundiendo la tendencia
tradicional rusa a depositar la responsabilidad real de gobierno en una
cabeza visible, con un estatismo burocrático autoritario como el
existente 50 años atrás.
Este es el sombrío panorama ideológico
bajo el cual, como paraguas, se impulsan los cambios que el gobierno del
Uruguay está aceptando tomar. Veámos su rumbo general, sin entrar en
demasiados detalles, puesto que todos ellos están envueltos en un halo
de deliberada vaguedad
4 Crear un nuevo instrumento para que Uruguay aumente su dependencia de los dictados globalistas: el ‘bono Arbeleche’, vinculado a “indicadores climáticos”
Si nos guiamos por la parca información que filtra el superior
gobierno a sus ciudadanos, el Uruguay está involucrado en dos grandes
movidas que tienen que ver con los temas avanzados en la primera parte.
Estos
son: primero, un “entendimiento” con la Unión Europea cuyo centro
fundamental, dejando de lado la hojarasca de protocolo, es el desembarco
de una serie de inversiones para, supuestamente y en un futuro, hacer
de Uruguay un gran productor de “Hidrógeno verde”…
Esto viene de la mano con inversión para apoyar la “transición energética sostenible” y “reducir la dependencia de combustibles fósiles”.
Segundo, una movida del Ministerio de Economía tendiente a promover la negociación de mejores préstamos por parte del Banco Mundial y similares, a cambio de cumplirle a los burócratas globales algunas de sus políticas, especialmente la que tiene que ver con la reducción de las emisiones de metano. Arbeleche ha explicado esto más de una vez. Lo hemos reportado en esta revista, y en el mismo panel citado al comienzo se extendió un poco más. Allí explicó su esquema: los países ricos deben “esforzarse por cumplir su compromiso de desplegar los recursos prometidos a los países en desarrollo, incluso a través de subsidios a través de bancos multilaterales, para ayudarlos a alcanzar sus objetivos climáticos“; los países receptores, por su parte, “deben demostrar que hablan en serio cuando dicen que les preocupa el cambio climático“. Y finalmente, los inversores y los bancos multilaterales “deberían asumir una responsabilidad mayor que la simple optimización de los rendimientos financieros, actuando como administradores de todo el ecosistema financiero”
Poniendo en práctica esta línea, Arbeleche ha explicado que el MEF
uruguayo junto al BID y al PNUD han desarrollado un instrumento
financiero original, llamado “Bono Sustentable Vinculado a Indicadores
Climáticos”. Estos indicadores son “reducción de emisión de gases de efecto invernadero” y “preservación del bosque nativo“.
Para
un país generalmente desindustrializado como Uruguay, y que ya tiene
una política de preservación del bosque nativo instalada hace décadas,
una reducción de cualquiera de los dos indicadores podría no representar
nada muy dramático. Lo único que pareciera que claramente traería un
cambio en la “emisión de gases de efecto invernadero” tendría que ver
con la ganadería. Y aun así, ¿cuál sería tal efecto?
La mayoría
de las emisiones de metano en el mundo vienen de fugas de la industria
del gas natural. Uruguay carece de tal industria. El metano, de todos
modos, tiene un impacto ridículo en cualquier medida científica de la
atmósfera, salvo que quien haga los cálculos sea el IPCC, que representa el CH4 como un problema gravísimo.
El bono Arbeleche conecta pues la tasa de interés del país al logro de metas climáticas y de naturaleza. En particular, dijo, “acordamos con inversionistas y bancos, por primera vez para este tipo de instrumentos, recompensar al país reduciendo los costos de endeudamiento si Uruguay sobrecumple sus ambiciosos objetivos”. Y extendió el mismo mecanismo a los a los préstamos multilaterales. Bajo la presidencia de Uruguay del Comité de Desarrollo del Fondo Monetario Internacional-Banco Mundial, durante 2022, “hemos presentado propuestas prácticas para lograr un progreso de impacto en la transición hacia una economía mundial baja en emisiones de carbono. Para hacerlo, hemos propuesto incorporar métricas ambientales en los préstamos de instituciones multilaterales y diferenciar las condiciones financieras de los préstamos en función de la capacidad de los países para proveer bienes públicos globales, como son los objetivos ambientales bajo el Acuerdo de París”.
De modo que Arbeleche está contribuyendo a inventar mecanismos por los cuales los prestamistas pueden dictarle políticas internas a Uruguay en función de la ideología chiflada del “cambio climático”.
5 Haciendo buena letra con los más poderosos
Este dudoso rumbo en que la ideología globalista aumenta su poder de
teledirigir las estrategias productivas y la economía del país tiene un
antecedente cercano -y relevante- en la Convención Marco de las Naciones
Unidas sobre Cambio Climático (COP26) que tuvo lugar en Glasgow,
Escocia, en noviembre de 2021. Entonces, el ex-ministro de Medio
Ambiente, Adrián Peña, filtró que Uruguay no tenía interés en firmar
ningún acuerdo que obligase al país a reducir los ‘gases de efecto
invernadero’ -puesto que Uruguay realmente no los produce en una escala
seria… Pero la onda política venía de dar señales de que los países
concurrentes estaban para “detener y revertir la pérdida de bosques y la
degradación de la tierra”. El loable objetivo venía en un formato que
al principio ni Uruguay, ni Argentina ni Brasil estaban dispuestos a
respaldar. Pero “a último momento” ambos gigantes fueron “convencidos”
de firmar -pésimo indicador cuando se trata de administraciones ultra
corruptas como las de los dos países vecinos-, y Uruguay se vio
arrastrado a hacer lo propio.
Para Uruguay, firmar un acuerdo
donde se compromete a reducir el metano podría ser algo de casi nulas
consecuencias. Uruguay no extrae gas natural -responsable de la inmensa
mayoría de las emisiones-, y los gases del ganado criollo son -aun
dentro del delirio del IPCC- irrisorios debido a las dimensiones del
país. Es lo mismo que Lacalle se comprometiese a no ir con su Fuerza
Aérea a la Luna a explotar allá recursos naturales en los próximos 5
años. No hay ningún riesgo de incumplir, pero puede quedar bien ante
alguien.
Pero el problema es que, una vez se entra por este camino, la contraparte ha ganado una herramienta más de presión sobre el país.
A partir de que se recibe dinero a cambio de metas vinculadas al
“metano” y a la “lucha contra la reducción de los bosques”, la
contraparte que da el dinero está en condiciones de exigir, cambiar
términos, ajustar tasas, etc. Es decir, de manejar aun más la economía
del país en función de “instrumentos originales” que la propia Ministra
de Economía, repitiendo la liturgia que le han enseñado que es
conveniente, les ha dado.
Un paso más en el camino de renuncia a
la soberanía a cambio de préstamos para que los políticos le vendan a la
población que son modernos, eficientes, y preocupados por la
naturaleza. No hay duda que este rumbo de acción puede ser muy
beneficioso para la carrera política y funcionarial de Azucena
Arbeleche, y que podría ayudarla a ascender a niveles más altos dentro
del funcionariado internacional. Pero para el país es un caballo de
Troya llamativamente innecesario.
6 Y ahora…. Hidrógeno verde! En Bruselas, el Uruguay dice haber jugado su futuro a ese enigma
Un
segundo rumbo -en realidad, otro aspecto de lo mismo- es el llamado
“Memorandum de Entendimiento” firmado por la delegación uruguaya en
Bruselas el 18 de julio último. El responsable de poner la firma fue el
Canciller Francisco Bustillo, y el de poner la cara para la foto junto a
la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula Van der Leyen, fue
Lacalle.
El Memorándum tiene claramente un negocio tatuado en la frente:
hidrógeno verde. No habla una palabra sobre metano ni sobre otros
elementos -aunque la vaguedad de sus cláusulas podrían llevar a
desarrollos ulteriores en cualquier sentido-.
Según el
Memorándum, “las dos partes” -simetría falsa, donde el Uruguay ocupa un
platillo de la balanza, y toda la Unión Europea el otro- se comprometen
bellamente a ir en pos de las energías renovables, y a reducir la
dependencia de los combustibles fósiles. ¿Quién estaría en desacuerdo?
Ya en el numeral 2 del documento entra el hidrógeno verde, y se dice que “las Partes tienen la intención de cooperar y promover el desarrollo de mercados mundiales de hidrógeno basados en normas, transparentes y no distorsionados, basados en estándares internacionales y sistemas de certificación fiables“. Los numerales siguientes de la Sección 1 tienden, todos ellos, a garantir el negocio en los términos que le sean convenientes a los inversores -no necesariamente al Uruguay: “cadenas de suministro fiables y sostenibles” (Uruguay deberá hacer eso para beneficio del inversor, desde luego), sin poder intervenir en la regulación de la explotación de sus propios recursos imponiendo prácticas “anticompetitivas”, “cooperación en materia de investigación” lo que significa que los estándares de qué es sostenible, cuáles las mejores metodologías, utilización de hidrógeno renovable, etc., serán definidas por una “cooperación” entre dos partes muy desiguales. Además, se supone que tales partes discutirán y colaborarán, tanto tecnológicamente, como en la aplicación de acuerdo a sus necesidades de cada una.
Luego, en la Sección 2, el país se compromete a promover el hidrógeno verde como una de las soluciones a la supuesta crisis energética que el supuesto “cambio climático” habría traído al mundo. En especial, se compromete también a “fomentar la inversión en energías renovables”, nada nuevo y que el país viene haciendo con entusiasmo -y grandes ganancias para los inversores- hace mucho. El Uruguay deberá “identificar y responder a los obstáculos a la inversión en estos ámbitos, en caso que surjan”.
En la Sección 3 Uruguay se compromete a hacer esto sin dañar la ecología ni, en particular, “los sistemas hídricos y los ecosistemas relacioniados con el agua”. Allí se preocupan brevemente por “los intereses de las comunidades locales”, entre otros. Vale notar que este es un curioso lenguaje en el cual los ciudadanos uruguayos pasan a ser tratados como “comunidad local” en la jerga cuasi antropológica de estos inversores globales, y Uruguay -sea esto lo que sea- firma abajo.
No se prevé la concurrencia a tribunales internacionales para subsanar posibles diferencias entre las Partes.
Finalmente, aparece una vez más el secreto: “Las Partes se esforzarán por garantizar que toda la información intercambiada en virtud del presente Memorando y todas las actividades emprendidas de conformidad con el mismo sean coherentes con sus políticas y procedimientos en materia de divulgación de información. Ninguna de las Partes deberá revelar información confidencial, documentos o datos facilitados por la otra Parte por escrito o verbalmente a terceros en el curso de la aplicación del presente Memorándum, salvo previo consentimiento por escrito“.
7 ¿Es real lo que se anuncia sobre “hidrógeno verde”, o es un esquema para ganar dinero ahora prometiendo maravillas para un futuro distante?
Ahora bien, ¿qué aspecto concreto tiene el hidrógeno verde cuando se
concretan negocios? Tomemos el ejemplo a mano de la inversión anunciada
el pasado mes de junio por parte de la empresa HIF Global. Se trata de
4.000 millones de dólares para “generar energía renovable”.
Se ha
divulgado hace un par de meses que la empresa multinacional HIF Global
se apresta a producir hidrógeno verde en el departamento de Paysandú. En
18 meses se comenzaría a fabricar una planta para ello, que llevaría
dos años y medio más para ser inaugurada. La construcción empleará unos
1500-3000 trabajadores, pero luego que esté construida, los empleados
estables serán solo 300.
HIF Global ganó una licitación de ALUR por la cual compra 150.000 toneladas de CO2 biogénico al año (actualmente, un deshecho de la producción de ALUR). Según Bloomberg, la planta de HIF producirá 256 millones de litros al año de e-gasolina a partir de la captura de 710.000 toneladas/año de CO2 proveniente de la combustión de biomasa y destilación de alcohol de cereales (de la planta ALUR en Paysandú) y de la producción de 100.000 toneladas de hidrógeno verde por año.
La planta capturará CO2, producirá metanol, y finalmente gasolina sintética -la que puede usarse en los actuales motores de vehículos y demás sin modificación. El proceso consiste en capturar CO2 por un lado, por otro obtener hidrógeno por electrólisis del agua, y luego sintetizar ambos. La energía requerida para producir ambas cosas -en particular la electrólisis demanda mucha- vendría de fuentes renovables (solar, viento, etc). El proceso está sucintamente explicado en el propio sitio web de la compañía, aquí.
Precisamente, para garantizar la disponibilidad de energía que tal proceso demanda, aproximadamente la mitad de la inversión total se dedicaría a construir “parques eólicos, granjas fotovoltáicas y líneas de transmisión eléctrica en un radio de hasta 180 km de la ciudad de Paysandú“.
Ancap piensa asegurarse “hasta un 30%” de participación en el negocio. Según Ámbito Financiero, los capitales detrás de HIF Global correspoinden a Andes Mining Energy (AME) (80%), Porsche (12%) y la gestora de fondos EIG Baker Hughes y Gemstone Investments“.
***
Grupo Ancap pretende destacar, en la nota a Bloomberg, que la empresa HIF tiene “amplia experiencia adquirida” en este tipo innovador de producción. ¿Es así?
No consta en ninguna parte, salvo en las relaciones públicas de la
empresa y de su socio local, Ancap. La empresa construyó un pequeño
artefacto de demostración, llamado algo pomposamente “planta de
haru-oni”, en Magallanes, sur de Chile. Todo está en tiempo futuro, pero ya se puede hacer un tour virtual de la planta…
Se
menciona, por otro lado, un emprendimiento de la empresa en el estado
de Texas, pero cuando se busca información independiente sobre el mismo,
esta no aparece, porque aun no se construyó: se prevé construirla “en
2024”. De modo que por el momento HIF es más bien un conjunto de
anuncios sobre futuras maravillas.
8 Conclusiones provisorias: resulta casi imposible entender si todo esto es serio
A esta altura, todo es mayormente hipotético. Hay derecho pues a
preguntarse ¿lo anunciado, será posible realmente? ¿Existe la tecnología
para producir este tipo de energía exclusivamente en base a energías
“limpias”? ¿Será seguro el transporte en enormes cantidades de un
material tan escandalosamente explosivo como el hidrógeno? ¿Tiene
sentido cambiar el futuro productivo del país, meter mano en sus
estructura productiva fundamental y tradicional, en base a supuestos
ideológicos y brochures de relaciones públicas de empresas y políticos globales?
¿O
será todo esto un esquema de negocios por el cual Uruguay pone la cara
(y compromete su rumbo estratégico) a cambio de una promoción de Uruguay
en el mundo empresarial, con el fin de que esos empresarios globales
-cercanos a menudo a los mismos políticos que promueven estas cosas-
cobren de antemano sus “bonos de carbono” y sus préstamos descomunales a
cambio de ideas grandiosas y tours virtuales?
Como lo observa Irina Slav, “si
una empresa quiere conseguir compensaciones de carbono, ¿le importaría
la viabilidad comercial real de un proyecto? ¿O se tragaría las
subvenciones, gastaría algo de dinero en algo de capacidad y
electrolizadores, declararía el trabajo hecho y pulsaría el botón
“Recoja sus compensaciones de carbono ahora”?”
En cuanto a las razones y la política real de Uruguay, el observador atento siente una cantidad de disonancias.
La
Ministra de Economía pide dinero blando a los países ricos, pero a
cambio ¿qué ofrece exactamente? ¿Pretende el gobierno intervenir
duramente sobre la producción ganadera uruguaya? ¿Se expropiará a los
productores, como en Holanda, o se les pondrá un “impuesto al eructo de
vaca”, como en Nueva Zelanda, o se les obligará a sacrificar millones
de animales en nombre de no se sabe qué política de bloques global,
fundada en la nada, es decir, en el ‘cambio climático antropogénico’?
¿O
está Uruguay dándole a estos grupos globales la retórica que piden, a
cambio de muy poco en realidad, puesto que sigue desarrollando una
-correcta- política de apertura a los distintos bloques, incluyendo
China y Rusia? Si fuese esto último, de todos modos es peligroso
coquetear con políticas delirantes de una Unión Europea que se hunde
cada vez más en una crisis autoinflingida e insensata.